La Fuente Grande de Ocaña

En los albores de una época marcada por la grandeza y el esplendor, surgió la Fuente Grande, una joya de ingeniería que se erigió entre los años 1573 y 1578 bajo el reinado de Felipe II.
Atribuida (pero no confirmada) al genio de Juan de Herrera, esta obra maestra evoca la esencia misma del Renacimiento, como un susurro de belleza en medio de un mundo en constante transformación. En sus líneas majestuosas, se vislumbra el legado de grandes arquitectos, desde Juan Bautista de Toledo hasta los muros de San Lorenzo de El Escorial y el cercano Palacio de Aranjuez.
Antes de su creación, el agua no fluía hacia los hogares, y la Villa se abastecía a través de aljibes dispersos en plazas, puertas y murallas, como susurros de vida en medio del silencio de la antigüedad.
Con la llegada de las fuentes públicas, la Edad Moderna vio un cambio radical. Estos oasis de agua no solo saciaban la sed de la población, sino que se convertían en puntos de encuentro, donde las historias se entrelazaban y los chismes se susurraban al compás del agua que fluía con gracia. A menudo impulsadas por la voluntad de las autoridades locales, estas fuentes se convirtieron en testigos mudos de la vida cotidiana, con el respaldo real otorgando un aura de grandeza a su existencia.

En medio de la bruma del tiempo, emerge ante mis ojos una maravilla que trasciende lo terrenal. No es solo una fuente, es un relicario de la grandeza imperial, una sinfonía de piedra y agua que evoca los susurros del Renacimiento. Llegar hasta aquí es adentrarse en un reino de majestuosidad, donde medio millar de metros de galerías, murallas y canales danzan en armonía, desafiando incluso a las más modernas obras hidráulicas.

En los intrincados recovecos de este sistema yace el encanto oculto del qanat, donde se entrelazan las milenarias artes árabes y romanas, creando una sinfonía de ingeniería hidráulica. Es una red subterránea exquisitamente diseñada que acoge con devoción el flujo del agua en su peregrinar hacia la fuente, como un enamorado que busca incansablemente el manantial de su amor.
En el éxtasis de lo natural, el agua se despliega en su pureza cristalina, sin haber sido tocada por la mano del tratamiento, un regalo del propio diseño de la fuente que nos deja maravillados. Y en nuestro paseo, alcanzamos un rincón donde el camino parece detenerse. Nos encontramos con los túneles que se pierden en la oscuridad sin promesa de salida. Entre estas paredes misteriosas, descubrimos una sala singular, donde el sonido se convierte en un cómplice de la magia. Si dos personas se posicionan en puntos opuestos, serán testigos de fenómenos acústicos que susurran secretos y melodías que solo estas dos personas pueden interpretar.

En este lugar sagrado, donde el pasado se entrelaza con el presente, se vislumbra más con el alma que con los ojos, las sombras de muchas mujeres que, desde tiempos inmemoriales, acudían cada día a los lavaderos. Se dice que entre los pilares que se alzan como guardianes eternos, pudo haber existido un espacio consagrado al lavado de los enfermos y los difuntos, un lugar donde la vida y la muerte se movían al compás del agua.

Sin embargo, existen secretos que esta Fuente Grande guarda celosamente para sí, como si sus misterios fueran tesoros destinados solo al viento. Las veintidós hornacinas, enigmáticas y silenciosas, guardan sus propios enigmas de un pasado que se niega a revelar sus secretos. Más de tres mil metros cuadrados de terreno esconden la Ciudad del Agua, un santuario del estilo herreriano que, hasta el día de hoy, guarda en sus profundidades los susurros de tiempos olvidados.



¿Qué misterios encierra esta obra monumental acuática, erguida en un lugar sin gran importancia? ¿Qué secretos aguardan en los recovecos de sus túneles y en los escondrijos de sus cubículos? El susurro del agua parece llevar consigo las historias del pasado, melodías de amor y tragedia que se entrelazan en sus corrientes. Quizás nunca desvelaremos los enigmas que yacen en su seno, pero en la incertidumbre de lo desconocido, encontramos el eco de una promesa, la promesa de un romance eterno entre el hombre y la naturaleza, entre los misterios del universo y el palpitar de nuestros corazones.